LA FILOSOFÍA POSITIVA DE AUGUSTO COMTE

Isidore Marie Auguste François Xavier Comte, nació en Montpellier (Francia), el 19 de enero de 1798; y falleció en  París, el 5 de septiembre de 1857. Se le considera creador del positivismo y de la disciplina de la sociología. Junto con Agustín Thierry, fue secretario del conde Henri de Saint-Simon durante siete años y ambos se separaron de él debido a las muchas discrepancias que surgieron.

Después de esta ruptura, Comte inició una etapa que calificó de "higiene cerebral" para alejarse de la influencia de las ideas de Saint-Simon. Otra versión menciona que Saint-Simon cedió los derechos de su avance (los Principios de la sociología) a Comte, con la condición de que la mejorara y la diera a conocer al mundo entero, ya que Saint-Simon había dejado atrás o en el olvido toda su investigación. Por eso se considera a Comte el padre de la sociología.

LUCIFAGO ROFOCALE, PRIMER MINISTRO DEL INFIERNO

Lucifago Rofacale es supuestamente uno de los demonios mayores, en concreto, es el conde y primer ministro del infierno según el Grimorio del Papa Honorio III. Se trata de un rey de los demonios que está encargado del gobierno del Infierno por orden de Lucifer. El nombre Lucifago proviene de dos palabras latinas; lux (luz), y fugio (huir), otorgando al nombre el significado de "quien huye de la luz" o "quien adora la ausencia de luz".  

LA LEYENDA DEL CURA SIN CABEZA

El Cura sin cabeza (Sacerdote o Padre sin cabeza), es un personaje perteneciente a una leyenda colonial del folclore latinoamericano. Varios países tienen sus propias versiones, que van pasando de generación en generación. Cuenta la leyenda que por las noches aparece de la nada el fantasma de un cura católico, vestido con el hábito usual de su orden o con sotana, pero con la particularidad de que no tiene cabeza, por lo que causa terror y pánico entre la gente. 

EL LADO OSCURO DE LA LUZ

Avanzaba inexorable la noche, y las puertas de la Catedral fueron cerradas. El lugar quedó en el más absoluto silencio. Los dos últimos feligreses que durante largas horas habían permanecido postrados a la demanda de favores celestiales, traspasaban bajo el inalcanzable frontispicio y se perdían tan de súbito como llegaron. Por último, se escuchó el enorme ruido que provocó una de las tantas bancas de madera que sumaban procesión al altar.